viernes, 10 de noviembre de 2006

Una mentira organizada contra el fútbol

Dirigentes de clubes, funcionarios del Gobierno, periodistas y policías rasgándose las vestiduras por la violencia en el fútbol ocupan buena parte de los medios de comunicación argentinos en los últimos días. Cuatro, cinco o diez hinchas de cada club tienen la culpa de todos los males en las canchas, dicen.

Para los barras caracterizados, no admisión a los estadios, imponen. Raro, porque la mayoría de estos son socios del club por el que gritan y se pelean. Es decir, son dueños de un pedacito de la sociedad sin fines de lucro que los domingos ponen a 11 jugadores en la cancha con los colores que los hinchas tienen metidos en el corazón. Vale aclarar que algunas entidades ya entregaron la administración del fútbol -la actividad más rentable de todo el espectro del deporte nacional- a empresarios.

En el último cuarto de siglo hubo numerosas muertes como consecuencia de enfrentamientos tribuneros en el país, sin que ninguno produjera cambios importantes en la organización de los partidos. Entonces, ¿qué fue lo que desató la ira de todas las patas del negocio contra los hinchas a los que históricamente se les dio entradas, micros y hasta aplausos cuando fervorosamente llegaban a ocupar el centro de la popular?.

Sin profundizar demasiado saltá la hipótesis principal: se quebró el equilibrio en la repartija de la guita. Los operativos policiales que el Gobierno les exige a los clubes se llevan cada más y queda cada vez menos para las barras. "Quieren vivir del fútbol", les endilgó José Manzur, el gerenciador de Godoy Cruz, a los hinchas que -ayudados por la policía- armaron una hecatombe afuera del estadio Malvinas en el debut del Tomba como local en la Primera División de AFA frente a Arsenal obligando a la suspensión del encuentro.

Manzur dio en el clavo, los hinchas quieren una retribución monetaria por vivir para el fútbol. Y es lógico, acaso los dirigentes no han vaciado de jugadores a los clubes con ventas millonarias al mismo tiempo que las entidades iban a la quiebra, la situación más propicia para dejar de ser presidente y convertirse en gerenciador. No sólo se fueron quedando con las ilusiones de los hinchas sino también se adueñaron del patrimonio más valioso en este negocio: los pases de los jugadores. Un ejemplo: en Racing de Córdoba hubo un gerenciador que al romper relaciones con la entidad se llevó a todos los futbolistas profesionales.

Históricamente, los dirigentes mantuvieron a las barras bravas, cuando no las inventaron, para sustentar el poder en el club, cuando no una proyección a la vida política estatal. Cuando un barra mata, nadie lo conoce. Pero cuando hay que conseguir votos o ir al choque, no sólo los conocen, los visitan en sus casas y les prometen un futuro lleno de beneficios, sino que les dan guita. Pero Manzur se dio cuenta de una cosa: los hinchas son tan ambiciosos como los dirigentes, los funcionarios y los policías, siempre quieren más. Y para conseguirlo hacen lo que saben, lo que siempre hicieron por encargo: aprietan.

Es un escenario insoportable, se quejan los del negocio. Que intervenga la Justicia, que los metan presos, imploran por la televisión al tiempo que se muestran temerosos por los males que los forajidos pueden causarles. Pero nadie menciona que si la Justicia hubiese actuado correctamente ante el saqueo que los dirigentes le propinaron al fútbol probablemente nunca hubiese llegado el deporte más popular al punto en el que hoy está en Argentina.

Los dueños del negocio no quieren más hinchas, que vengan espectadores a la cancha, dicen, que vean el partido sentados, que no canten, que no griten, que se parezca al cine. Que paguen la entrada al precio más alto posible y se vuelvan a la casa calladitos. Que no insulten al que vende al pibe de 16 años que lleva siete partidos en la primera. Que se acaben las elecciones en los clubes, que dirijan empresarios y que nadie tenga derecho a pedirles rendición de cuentas.

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