En el Parque Cívico de Mendoza, a metros de donde se cocinan las peores traiciones y se fogonean las más aberrantes miserias, los pibes todavía juegan a la pelota. Con las camperas hacen los arcos y con el alma tocan y tocan el fútbol, como antes, como siempre. El potrero es argentino.
Rodeados de tipos de traje con computadoras portátiles carísimas conectadas todo el tiempo a internet, los pendejos tiran caños y hacen goles sin especulaciones de por medio. Muy cerca de mujeres de faldas cortas y lenguas largas, entregadas a la ambición del auto importado, las pilchas caras y los hombres viejos de gordas billeteras, los adolescentes se cocinan al sol y se revuelcan en la tierra tan sólo para hacer un gol.
Quién dijo que todo está perdido, hay potrero y Maradona en la Selección.
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