Opinión
El 28 de junio, fue infinitamente más la de gente que votó en contra de Cristina Fernández por su simpatía con Montoneros cuando era estudiante que la que repudió con su voto la ineficiencia, incapacidad o desidia gubernamental para terminar con el hambre.
La prioridad del electorado y del discurso de los candidatos fue el incremento de la represión del delito, materia en la que los gobernantes cada vez gastan más plata.
Los niños desnutridos de hoy serán los excluidos que mañana justificarán el negocio de la seguridad.
En la campaña electoral que acabó con la derrota del kirchnerismo pasó desapercibida la peor canallada que le ha provocado a la Patria la clase dirigencial que ha dominado el aparato del Estado en nuestro país. El hambre y las consecuencias devastadoras que produce en las personas que lo padecen no aparecieron entre los millones de defectos achacados a la gestión de Cristina Fernández.
Para la gran cantidad de niños hambrientos que conviven entre nosotros, la sociedad y la clase política tienen un sólo plan, aunque sus objetivos no apuntan a combatir el hambre. La mayor demanda del electorado de los centros adonde se concentran los votos que definen quien ejerce la presidencia es el incremento de la represión policial de los delitos, reclamo en el que los candidatos les dan el gusto con promesas de dudoso cumplimiento. Y los gobernantes hacen lo suyo incrementando todos los años los gastos en seguridad.
Ningún opositor con vocación de poder mencionó entre los argumentos para cambiar el rumbo de la gestión del Estado que uno de cada tres niños de Salta está desnutrido en 2009, después de siete años de crecimiento de la Economía a ritmo exagerado y sostenido. La situación puntual de Salta en cuanto a desnutrición infantil es desarrollada hoy por el diario Crítica de la Argentina a partir de un estudio que realizaron los especialistas del hospital de niños de la provincia durante los últimos dos años. Es sólo una referencia de un sombrío panorama nacional, agravado a extremos insoportables en algunas provincias del Norte, en materia de desnutrición.
Inmoralidad social argentina
Que uno de cada tres pibes atendidos en el hospital de Niños de Salta en los últimos dos años estén desnutridos esclarece la comisión del delito de alta traición a la Patria por parte de los jefes de Estado que ejecutaron los sucesivos planes que determinaron una estructura de país en la que muchos compatriotas, tan dueños de los recursos de la Patria como el resto de nosotros, no reciban ni siquiera una porción de la riqueza que genera la Patria, la Nación, el País, pongasele el nombre que sea.
Construir un modelo económico que permita que un grupo de miembros de la sociedad se lleven una porción de la riqueza nacional tan grande que deje a otro grupo sin siquiera una porción mínima para alimentarse es alta traición a la Patria.
Además de esclarecer la comisión de ese terrible delito, el nivel de desnutrición detectado en Salta revela la inmoralidad de la sociedad argentina. Priorizar la solución de cualquier otra cuestión cuando hay gente, niños, que no crecerán como la naturaleza manda porque a su familia no le alcanza la plata para darles de comer es perverso.
En nuestro país -en todo el mundo en vías de desarrollo y en parte del primer mundo es igual- esa perversión del cuerpo social es moneda corriente, al menos en los tiempos modernos. En las elecciones se castigan muchas otras cosas antes que la desidia del gobierno de turno frente a la indigencia, mientras que las revueltas populares contra los gobernantes siempre están motorizadas por intereses distintos, se puede decir que hasta contrapuestos, a los de los hambrientos.
En los comicios del 28 de junio, fue infinitamente más la cantidad de gente que votó en contra del gobierno nacional porque Cristina Fernández y Néstor Kirchner hicieron bandera con su simpatía con Montoneros cuando eran estudiantes universitarios que la que repudió con su voto la ineficiencia, incapacidad o desidia gubernamental para terminar con el hambre de una multitud de compatriotas.
La oposición política, el lobby empresario, la prensa anti K y los votantes de a pie contrarios al gobierno despotricaron contra la forma autoritaria de conducción de la presidenta, la estatización de empresas que Menem privatizó, la forma de vida del matrimonio K, los vestidos de la presidenta o su alianza política con Hugo Chávez, en desmedro de las relaciones con Estados Unidos y otros países miembros del primer mundo, entre otros motivos que generan odio hacia Cristina.
Las retenciones a las exportaciones agropecuarias, en su gran mayoría alimentos, coparon el centro del escenario político nacional desde que amanecía el gobierno de Cristina. Los dueños del campo que se enriquecieron groseramente gracias a que el gobierno mantuvo el dólar alto -algo que perjudicó el poder adquisitivo de los argentinos que cobraban sus sueldos en pesos depreciados mientras soportaban precios en suba permanente- salieron a cortar rutas en todo el país cuando el gobierno determinó que el nivel de retenciones variaría al compás de los precios. El grupo Clarín transformó el reclamo sectorial de los exportadores de soja en una causa nacional. En pocos días, en todo el país se protestaba contra las retenciones a la soja, a pesar de que la medida perjudicaba sólo a un sector altamente concentrador de la renta.
En cambio, la situación de los hambrientos no apareció en ninguno de los tomos del manual que compendia las aberraciones kirchneristas. Los que no comen, por lo general, no aprenden a escribir con propiedad y a leer comprensivamente, y los que sabiendo leer y escribir se apropiaron de la lapicera y el papel no tienen necesidades alimenticias ni ven ese tema como problema de sus herederos.
En Argentina se mata o se muere por unos puntos de ganancia con la exportación de soja, se rasgan vestiduras de izquierda y de derecha en defensa de la calidad institucional y se pregona a favor del federalismo, representado por los gobernadores y las economías regionales, una elegante definición para los intereses de las burguesías provincianas.
Ahora, nadie que no pasa hambre corta una ruta para exigir que todos los argentinos coman. Y si los que tienen hambre salen a cortar un camino para hacer notar su necesidad, el aparato ideológico se encarga de instalar en la población que se está cometiendo una flagrante violación al derecho constitucional de transitar libremente. Entonces, los que comen cuestionarán la protesta y el aparato represivo tendrá una justificación para actuar.
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