domingo, 7 de febrero de 2010

Oponerse no enseña a gobernar

Opinión

Gobernar exige tener un equipo y un plan. Puede ser un equipo horrible y un plan mediocre, pero los dos elementos son necesarios para gobernar. En cambio, para ser opositor alcanza sólo con oponerse y más cuando cualquier cosa que haga el oficialismo subleva a una parte grande de la sociedad.


Nadie en el país, expone un plan ni un equipo preparado para ejecutarlo. Los calificados como presidenciables juegan para la tribuna en función de sus intereses individuales, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Más mal o más bien el gobierno gobierna para que los presidenciables se proyecten criticando por la televisión cualquier medida que tome el gobierno.


Después de la crítica, a veces fundada sólo en la desconfianza en el ejecutor y no en una disidencia con los objetivos que persigue la idea o acción gubernamental que se critica, no hay nada. Es imposible saber qué haría un presidenciable opositor desde el poder frente a circunstancias puntuales.


Es imposible imaginar cómo armaría un gabinete cualquiera de los dirigentes anti K que ya están lanzados a la conquista de la presidencia si todos los días están reacomodando sus alianzas en función de la conveniencia o no de una foto en el instante que se obtiene la toma. Los presidenciables que no tienen responsabilidades de gobierno no tienen límites ideológicos ni partidarios.


Julio Cobos es famoso por decidir de acuerdo a sus convicciones personales. Y Elisa Carrió siempre se vuelca contra el oficialismo, aunque para eso tenga que justificar la apropiación de bebés de la dictadura o cuestionar la asignación por hijo a los necesitados argumentando que la medida tiene que alcanzar también a los ricos. Los dos definen sus alianzas en el día a día y se mueven de acá para allá sin atarse a compromisos de ningún tipo.


Ese tipo de proceder es aceptable para un analista político pero es inconducente para un jefe de Estado que tiene que resolver sus pronunciamientos, decisiones y acciones en función de un plan colectivo. Que decide a cada rato tironeado por intereses particulares representados por corporaciones que en defensa de un punto de rentabilidad son capaces de voltear un buen plan destinado a mejorar el desarrollo armónico del pueblo.


Los presidentes no actúan por convicción personal, ante todo tienen que responder a los intereses que los sustentan en el ejercicio del poder dentro de las posibilidades que permite la multiplicidad de condicionamientos que supone la tensión entre todos los interesados en torcer la riqueza nacional hacia su bolsillo.


Gerardo Morales, un radical no presidenciable pero protagonista permanente de la crítica mediática al gobierno nacional, es capaz de decir cualquier cosa sin medir a quien beneficia lo que está defendiendo, tratando de juzgar que no es una defensa premeditada de intereses oscuros, para ganar más chapa de opositor. Cualquier irresponsabilidad puede salir de su boca si le va a dar un poco de aire en la televisión enemiga del kirchnerismo. Morales nunca gobernó porque siempre perdió las elecciones en Jujuy, lo más cerca que estuvo de un Ejecutivo se lo debe a Fernando De La Rúa, a quien sirvió como funcionario. El senador nacional ni se plantea gobernar su provincia, si saliendo segundo le alcanza para mantener la banca y el cartel construido en los espacios mediáticos opositores.


Gobernar es otra cosa. Y sino que Morales mire a Ricardo Colombi, a quien apoyó para que fuera gobernador de Corrientes. Ni bien ganó, el radical tejió lazos con la Casa Rosada y moderó su discurso, ahora no puede decir cualquier cosa, antes de hablar tiene que medir si lo que dice no le va a provocar consecuencias a su gestión.


Un caso muy parecido se dio en Tierra del Fuego, adonde Fabiana Ríos llegó a la gobernación apoyada por Carrió pero después que desembarcó en el poder tuvo que alejarse de su jefa política para resguardar la gobernabilidad.


Y el socialista Hermes Binner, sin dejar de ser opositor, mantiene una relación amable con la Casa Rosada y acuerda políticas que le ayuden a mejorar su gobernación en Santa Fe. Como Jorge Sapag, del conservador Movimiento Popular Neuquino, quien ganó la gobernación promovido por su antecesor Jorge Sobisch. Ni bien asumió la conducción de la provincia Sapag abandonó el discurso de opositor extremista que sostuvo Sobisch, como estrategia para disputar la presidencia en 2007, y tendió lazos con el gobierno nacional a favor de su gestión provincial.


Los opositores dicen cualquier cosa por más irresponsable o desopilante que sea, y en determinados escenarios con eso solo alcanza para ganar una elección. Gobernar es muchos más complejo. Vomitar contra un mal gobierno no implica saber gobernar.

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