sábado, 12 de diciembre de 2009

La opresión de Kenia merecía un Nobel



En medio del escepticismo que despertó la consagración de un presidente en guerra con el máximo galardón de la Paz, salió a la luz una oscura conexión entre Thorbjørn Jagland, presidente del comité en Oslo, y Barack Obama. En 2006, el entonces novel senador de Illinois y el ex premier y canciller noruego actuaron en conjunto en el lobby que Estados Unidos impulsó para instalar un nuevo líder en Kenia, Raila Odinga, personaje cuestionado por violaciones a los derechos humanos.



Entonces, el interés de Washington en Kenia era meramente estratégico, como uno de los países del Cuerno de Africa, principal ruta del petróleo de Oriente. Tras años de crisis, la presidencia de Mwai Kibaki había revitalizado al país a fuerza de una alianza con China que duplicó su Producto Bruto Interno, llevándolo de 3,9 a 7,1 por ciento. Washington y algunas potencias europeas veían con recelo la irrupción asiática en zonas de su influencia.



Por la sangre keniana heredada de su padre, la Casa Blanca encomendó a Obama, quien aterrizó en Nairobi entre agosto y septiembre de 2006. Pero la conexión con Jagland llegó después de las elecciones cuyos resultados, en favor del oficialismo, fueron rechazados por Odinga, desatándose una masacre que cobró 1500 vidas y más de 300 mil desplazados en dos meses. Todo el tiempo, detrás de Obama y estableciéndose en su enlace con Jagland, se ubicó el Instituto Nacional Democrático (NDI, por sus siglas en inglés), organización apartidaria con afinidad demócrata financiada por el Departamento de Estado. Con el conflicto en su punto más álgido, Washington volvió a intervenir para evitar un vacío de poder. Y la empresa recayó en Jagland y Obama.



El resultado, según el documento del NDI del 7 de julio de 2008, fue una “Gran Coalición” en la cual Kibuki aceptó convivir con Odinga como primer ministro.



La historia no concluyó allí. En noviembre de 2008, Odinga decretó varios días de festejo por el triunfo electoral de Obama y, un año más tarde, Jagland y el demócrata se vieron cara a cara en Oslo, cuando el noruego le sonrió a Obama con dejo de complicidad. Y le entregó el Premio Nobel de la Paz.



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